Formar parte del reducido porcentaje de jóvenes que salen del nido familiar para asistir a la universidad acarrea algunos retos, como quizá tener que enfrentar algún roommate infernal. Aquí, la información básica para exorcizar ese mal que puede hacer de tu hogar una pesadilla.Las anécdotas son in nitas, y van desde alegorías dantescas hasta grotescas neurosis o funestos episodios de nota roja.
No se trata de abonar a tu paranoia o desalentar tus planes; se trata sólo de dimensionar las posibles experiencias que llegan junto con la decisión de vivir en un hogar compartido con otros u otras, de quienes en muchos casos apenas y conoces su nombre. En México, por cultura y por realidad económica, sólo el 5.6 por ciento de los jóvenes de entre 12 y 29 años viven solos, de acuerdo con la Encuesta Nacional de la Juventud 2010 (hecha por el Instituto Mexicano de la Juventud).
En congruencia con estos resultados, la Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012, elaborada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, concluye que el 70 por ciento de los jóvenes viven con sus padres, mientras que el resto lo hace con sus parejas, amigos, compañeros de escuela u otros familiares.
Si pronto formarás parte de ese 30 por ciento del que habla este estudio, emanciparte, valerte por ti mismo y empezar una vida lejos de tus padres, probablemente sea un horizonte reluciente. Pero hay que saber que la posibilidad de reducir gastos compartiendo casa o cuarto con alguien más no es asunto menor, y en ocasiones resulta un viaje directo al infierno si no haces antes algunas consideraciones.
¿Y qué tan grave es el problema? La maestra María Luisa Hinojosa Ávila, responsable del Programa de Asesoría Psicológica de la Universidad Iberoamericana, dice:
“En el Servicio de Asesoría Psicológica de la universidad se llegan a presentar situaciones de conflicto en este tema, pero no se trata de un porcentaje muy alto (no contamos con una estadística sobre este tema, lo cual habla por sí solo de que no es un factor tan relevante. La población más vulnerable a sufrir de conflictos con sus roommates es la foránea, que tiene que compartir espacios en un departamento o casas con personas que no conoce y que pueden presentar poco respeto a los horarios de los demás y a la organización de los gastos, en mayor medida”.
Escenas recurrentes como éstas pueden mandarte de regreso al nido del que saliste: tu roommate usa la estancia como ring para pelear con sus familiares o su novia, supone que tú eres el o la encargada de hacer todo el quehacer del lugar, se come y bebe gran parte de tu comida, no paga a tiempo la renta ni los servicios, u ocupa eternamente el baño.
Cohabitar no sólo es “habitar juntamente con otra u otras personas”, como dice el Diccionario de la Lengua Española. Es compartir tu intimidad y formar un hogar temporal con una o más personas con las que no guardas ningún lazo sanguíneo, sino una simple decisión de conveniencia mutua: compartir gastos.
“Vivir con otros sirve, te hace más autónomo, te hace aprender a interactuar. No se trata de renunciar a la primera, porque así son todas las relaciones humanas, cuesta trabajo llegar a acuerdos. Y la convivencia a veces puede ser complicada, pero llegando a acuerdos se la pueden pasar muy bien”, señala Guillermina Godoy, psicoterapeuta y orientadora familiar.
Fraga Ostos, psicóloga que se especializa en el acompañamiento llamado “coaching de vida y coaching ejecutivo”, comenta: “Como en todo, creo que existen ventajas y desventajas de convivir; pero si tú ya has tomado la decisión de compartir techo, tienes que tomar en cuenta que somos seres con percepciones diferentes de la vida y no vamos a pretender cambiar el mundo de las otras personas. Tiene que ver con la aceptación del otro. Si tú ya tomaste esta decisión, para conservarla plena hay que trabajar con uno mismo, con la paciencia, con la tolerancia, con el respeto y con la comunicación asertiva”.
Cambia tú, y la realidad también se transformará
Ante un roommate infernal que agota tus fuerzas y distrae tu atención de cosas importantes como los estudios, hay que entender que, independientemente de lo que él o ella haga, tú estás enganchado o enganchada porque te enoja y te provoca sentimientos múltiples. Por lo tanto, hay algo que te corresponde a ti hacer y otra parte que le corresponde al otro ajustar.
“En este tipo de situaciones, cuando empieza el conflicto, también se vuelve un conflicto con uno mismo. Se dice que lo que te choca te checa : las personas con las cuales convivimos son espejos de nosotros, así que son asuntos con los que hay que trabajar uno mismo”, explica la psicóloga Ostos.
“Lo primero que nos engancha en el enojo es pensar que el otro tiene la intención de molestarnos, de sacarnos de quicio o deshacer el orden perfecto que nosotros tenemos. Si conscientemente eliminamos la idea de que lo hace con esa intención, nos abrimos al diálogo y a comprender a la otra persona. En general, lo que nos engancha es ponerle intenciones negativas al otro que, en realidad, están en nuestra mente”, agrega Guillermina Godoy.
“Yo recomiendo que cuando haya una situación de conflicto con otra persona, traten de identificar las situaciones en las que puedan conciliar o acordar. Pero una vez que intenten hacer acuerdos y compromisos con el otro y vean que no funciona, entonces sí deben pedir apoyo”, apunta Fraga Ostos. ”
No es mala idea recurrir a un especialista cuando las cosas se complican. Sin embargo, los orientadores, los pedagogos, las personas que trabajan en las universidades también pueden prestar ayuda. Yo diría que cuando se atoren en su relación con un roommate, acudan a alguien que les pueda dar un consejo, para que no abandonen todo a la primera”, explica la psicóloga Godoy.
Por: Eleonora Rodríguez