Muchas veces no le damos importancia al descanso en nuestra vida cotidiana. Sigue leyendo y verás por qué hay que tomarlo en serio.
En una situación de estrés, cansancio o enfermedad, tu cuerpo se ve afectado de la siguiente forma:
Las células sufren un desajuste eléctrico llamado “despolarización celular”, que hace que el organismo funcione desequilibradamente y haya “alteraciones en el sueño (insomnio), en el corazón (arritmias) y en la piel (dermatitis)”, advierte el psicólogo Juan Antonio Barrera Méndez, Director y terapeuta de Atención y Tratamiento Psicológico. “Esto”, agrega, “impacta nuestra forma de pensar y actuar”.
No sólo el cuerpo experimenta rigidez; las venas más pequeñitas (capilares) que alimentan nuestro cerebro se constriñen, haciendo que la microcirculación de la sangre sea deficiente. “El hipocampo (que controla los pensamientos de memoria) recibe menos sangre y funciona de manera ineficiente”, señala el especialista; por eso, aunque hayas estudiado, si estás estresado, al momento del examen puedes olvidar lo que aprendiste.
Por el contrario, al estar tranquilo y relajado:
Tu respiración es lenta y profunda, lo que ayuda a que tu cerebro se oxigene fácilmente. Al momento de respirar, los glóbulos rojos transportan oxígeno y nutrimentos que alimentan el cerebro. Entonces se producen los pensamientos más brillantes, ya que la microcirculación sanguínea mejora y hace que funcione adecuadamente la corteza prefrontal (zona relacionada con el análisis y planeación).
Generamos oxitocina, conocida como “la hormona del apapacho, la cual nos hace ser menos agresivos y más empáticos con los demás”, dice el psicólogo.
“No sólo puedes recordar las cosas estudiadas, también podrás crear nuevas conexiones sinápticas, lo que te facilita el aprendizaje”, concluye.
Por: Karina Rodríguez Chiw