Todos tenemos miedo o ansiedad por diferentes situaciones que la vida nos pone en el camino, y aunque muchas veces se puedan evitar, pueden ser algo que se interponga entre nuestras metas y nosotros. Para evitar pasar por estos procesos que nos generan inquietud, nos recluimos en un estado mental o de comportamiento donde es posible mantener todo bajo control. Esto se conoce en psicología como zona de confort.
Muchas veces para salir de la zona de confort es indispensable afrontar cambios si queremos lograr ciertos objetivos, y esto requerirá motivación y valor de nuestra parte con el fin de dar los primeros pasos. Nos resistimos al cambio y mucho más a las situaciones que nos hacen sentir incómodos, sin embargo, una vez vamos tomando conciencia de ello nos sentimos más liberados.
Un gran ejemplo de ello son quienes se deciden estudiar en el extranjero. Algunos saben que cursarán sus asignaturas en un idioma diferente, otros, tienen claro que tardarán en volver a casa y todos asumen que esa aventura marcará un antes y un después en su trayectoria vital. Pero, sin duda, el primer paso es atreverse a enfrentar los cambios.
Una intuición o una convicción pueden ser los resortes que lleve a un estudiante a tomar la determinación de estudiar en otro país. Mientras que la corazonada guiará los pasos de quien se deja llevar por una emoción, la lógica estructurará el plan del que prefiere llevarlo todo bien atado.
El antes de salir de la zona de confort puede ser tan distinto como cada una de las personas que dan el paso de cursar sus estudios en otro país en un momento dado. No obstante, a pesar de las diferencias, unos y otros pueden tener algo en común:
Después de salir de la zona de confort se inicia una nueva etapa. Dejar atrás una tierra y a todas las personas cercanas y adentrarse en lo desconocido puede ser más duro de lo que parecía durante las primeras semanas.
No hay que olvidarse que ese periodo acabará, dando paso a una sucesión de momentos mejores donde todo se hace más sencillo y empiezan a entenderse mejor las nuevas costumbres del lugar. La adaptación al ritmo de clases y estudio en destino es más fácil y se van creando redes, que conectan con otros estudiantes, otros compatriotas, profesores y empresas locales.
Sin darse uno cuenta, salir de la zona de confort será plantearse volver. Parecía que ese momento no llegaría nunca y, cuando lo hace, es una decisión casi tan complicada como la que fue, en su día, estudiar en el extranjero. Después de un año viviendo, estudiando y trabajando en otro país hay que volver a hacer un análisis de la situación, plantearse nuevas metas y esforzarse, una vez más, por lograr que se cumplan con éxito.
Estos son algunos pequeños gestos que puedes hacer para hacer más llevadero el proceso:
Proponte pequeños retos que puedas conseguir en un día o en poco tiempo, esto hará crecer tu motivación y hará que te sientas mejor contigo mismo.
Realiza actividades con las que nunca te has atrevido, como aprender un idioma, viajar solo o apuntarte a una actividad deportiva diferente.
Habla con gente desconocida. Muchas veces salir de la zona de confort está relacionado con los problemas que tenemos a la hora de socializar, y entablando conversaciones con personas que no conocemos nos ayudará a superarlo.
Haz meditación para evitar el “ruido mental” o la ansiedad y el estrés que puedas tener a lo largo del proceso.
Anticipa las excusas que vas a ponerte: de manera automática vas a tener ideas para justificar no querer salir de la zona de confort. Trata de reconocerlas y evitarlas.
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