Piensa en el skyline de la Ciudad de México. Seguro se te vienen a la mente las majestuosas torres de la Catedral Metropolitana o la icónica fachada del Templo de San Hipólito. Pero, ¿alguna vez te has preguntado quién estuvo detrás de estas obras maestras? La respuesta tiene un nombre: José Cosme Damián Ortiz de Castro. Este genio, un verdadero arquitecto del templo de San Hipólito, fue una figura clave en la arquitectura del siglo XVIII.
Su historia no es solo sobre piedras y edificios, sino sobre cómo un visionario le dio su rostro final a la capital novohispana. En esta nota, exploraremos su fascinante legado, desglosando su impacto en la historia de la CDMX y por qué su obra arquitectónica es tan crucial para entender nuestro patrimonio cultural.
José Ortiz de Castro no era un arquitecto cualquiera. Desde joven, demostró un talento excepcional, formándose en el gremio de arquitectos y albañiles de la época. Su habilidad lo llevó a convertirse en Maestro Mayor de la Catedral de México, un puesto de enorme prestigio y responsabilidad. En una época sin títulos universitarios formales en arquitectura, su conocimiento provenía de la tradición, la práctica y una mente brillante para las matemáticas y el diseño. Su trabajo pronto comenzó a destacar, sentando las bases para los encargos que lo inmortalizarían.
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Su contribución más visible y espectacular son las torres de la Catedral Metropolitana de la CDMX. Imagínate: la catedral había estado en construcción por siglos, pero le faltaba su remate más característico.
Aunque la Catedral es su obra magna, su talento no se limitó a ella. Fue también el arquitecto del Templo de San Hipólito, un lugar con una profunda carga histórica al ser edificado en conmemoración de la caída de Tenochtitlán. En este templo, demostró su versatilidad y su capacidad para adaptar su estilo a diferentes proyectos, consolidándose como uno de los arquitectos mexicanos más importantes de su tiempo. Su legado es un testimonio de la evolución del Barroco en México hacia formas más equilibradas y majestuosas.
Lamentablemente, Ortiz de Castro falleció joven, a los 37 años, sin ver completamente terminadas las torres de la Catedral. Sin embargo, sus planos y diseños fueron seguidos al pie de la letra, asegurando que su visión se hiciera realidad. Su trabajo no solo definió el perfil de la ciudad, sino que inspiró a generaciones futuras de constructores.
Hoy, cuando caminas por el centro histórico y levantas la vista hacia estos monumentos, estás viendo la mente y el corazón de un verdadero artista, un pilar de la arquitectura novohispana cuyo legado arquitectónico sigue siendo fundamental para la historia de la CDMX.
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