La pregunta “quién inventó la escuela” suele evocar imágenes de sistemas antiguos o reformadores como Benito Juárez. Pero en México, la primera ley de educación pública, gratuita y obligatoria tiene un origen sorprendente: el efímero imperio de Maximiliano de Habsburgo y Carlota (1864-1867). Aunque su gobierno fue breve y controvertido, su Ley de Instrucción Pública de 1865 sentó las bases de un sistema educativo que, paradójicamente, muchos mexicanos desconocen.
Pocos esperarían que un emperador impuesto por Francia fuera el precursor de la educación pública en México. Sin embargo, Maximiliano y Carlota no solo gobernaron: legislaron con un enfoque humanista. En una carta a su ministro Manuel Siliceo, Maximiliano escribió:
“La instrucción elemental debe ser gratuita, accesible para todos y basada en la filosofía, para que los niños conozcan su lugar en el orden moral de la sociedad.”
El decreto, publicado en diciembre de 1865, incluía instrucciones para tratar a los alumnos con “dulzura y buenas maneras”, un enfoque revolucionario en una época donde la educación era privilegio de pocos.
La ley no solo promovía la educación: la hacía obligatoria. Los padres debían enviar a sus hijos (de 5 a 15 años) a la escuela; de lo contrario, enfrentarían multas económicas. Además, autoridades locales estaban obligadas a supervisar las escuelas y garantizar el progreso de los estudiantes.
El proyecto educativo incluía materias avanzadas para la época:
Sin embargo, la ley nunca entró en vigor. En 1866, la retirada de las tropas francesas marcó el colapso del imperio, y el proyecto quedó en el olvido.
Aunque Maximiliano y Carlota son vistos como figuras impopulares, su visión educativa fue adelantada a su tiempo:
¿Fue una estrategia política o un genuino interés social? La historia los juzga como invasores, pero su legado educativo merece ser revisitado.
La próxima vez que alguien pregunte “quién inventó la escuela” en México, la respuesta incluirá un emperador austriaco y una emperatriz belga. Su ley de 1865, aunque olvidada, fue el primer intento de democratizar el conocimiento en el país. ¿Ironía de la historia? Quizá. Pero sin duda, un capítulo fascinante que desafía lo que creíamos saber.
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