Si alguna vez exclamaste “literalmente me morí de risa” —y aquí sigues—, has participado en uno de los fenómenos lingüísticos más curiosos: los usos de literal que no tienen nada de literal. La palabra, diseñada para describir acciones exactas, se ha convertido en un comodín para enfatizar exageraciones. Pero esto no es un error moderno: autores como Fitzgerald, Dickens y hasta Nabokov usaron literalmente para lo contrario. ¿Cómo llegamos aquí?
Según la RAE, literalmente es un adverbio que denota que algo ocurre “al pie de la letra”. Por ejemplo: “Spiderman literalmente escala paredes”. Sin embargo, el habla cotidiana lo ha secuestrado para intensificar frases no literales: “Ese examen fue literalmente un infierno” (spoiler: no hubo llamas).
La clave está en la hipérbole, figura retórica que usa exageraciones para transmitir emociones. Ejemplos clásicos:
Hasta Dickens escribió en Nicholas Nickleby: “Squeers se deleitó literalmente con la vista”, aunque no hubo banquete visual.
La RAE rechaza el lenguaje inclusivo
Sorprendentemente, autoridades lingüísticas lo validan:
El cerebro prefiere la intensidad emocional a la precisión. Decir “literalmente me rompí el alma” comunica dolor mejor que “me sentí triste”. Los jóvenes, en particular, adoptan este recurso para enfatizar, exagerar, expresiones (ej.: “Esto es literalmente oro”).
Los usos de literal en contextos no literales reflejan la elasticidad del lenguaje. ¿Error? No: evolución. La próxima vez que alguien te corrija, recuérdales que hasta Brontë y Joyce lo hicieron.
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