¿Ya lo sabías?

Por qué a Teotihuacán se le conoce como ‘ciudad de sacrificios’

Teotihuacán no es sólo ruinas de una metrópoli, es el testimonio –único y sublime– de una gran civilización que permaneció mucho tiempo en el misterio.

Todo se organiza a partir de la gran Avenida o Calzada de los Muertos, de 3 km de largo. En su extremo norte se alza la Pirámide de la Luna; no muy lejos se destaca la Pirámide del Sol.

Más al sur se halla la Ciudadela, gran plaza rodeada de plataformas escalonadas y en cuyo centro se eleva el Templo de Quetzalcóatl. Teotihuacán no es sólo ruinas de una metrópoli, es el testimonio –único y sublime– de una gran civilización que permaneció mucho tiempo en el misterio.

Ninguna ciudad antigua de Mesoamérica (área cultural de América Central, que agrupa principalmente a los mayas, aztecas, mixtecas, zapotecas…) presenta un plano tan elaborado y de tan vastas dimensiones.

Uno de los sitios arqueológicos más grandes de México se extiende al pie de la colosal Pirámide del Sol, concluida hacia el s. II. Sus dimensiones (75 m al inicio, hoy, 65; su base, 222 por 225 m) hacen pensar que se necesitaron casi ¡3 millones de toneladas de piedras para construirla!

Ante ella, se extiende la Avenida de los Muertos; las pirámides escalonadas más pequeñas eran templos. Se estima que la ciudad –de unos treinta kilómetros cuadrados– tenía entre 150.000 y 200.000 habitantes.

La religión azteca

Descendientes de una tribu o de un clan nómada, los aztecas se instalan en América central hace casi ochocientos años y están a la cabeza de un imperio cuando, en el siglo XVI, los españoles desembarcan en México.

Guerreros y conquistadores, comerciantes, fundan la ciudad de Tenochtitlán en 1345, sobre una isla en medio de un lago, en el emplazamiento de la hoy Ciudad de México.

La civilización de los aztecas integra elementos de otros pueblos, lo que se manifiesta en un sincretismo religioso y cultural. Su religión otorga un lugar preponderante a la sangre, fuente de unidad y de vida: esto explica la ofrenda a los dioses de corazones extraídos de seres vivos como sacrificio.

Derramar sangre permite estar en armonía con los ritmos del cosmos, el ciclo del día y de la noche, por ejemplo. Tan es así que temen los períodos de paz, persuadidos de que el equilibrio del mundo se verá conmocionado. Edifican entonces muros recubiertos de cráneos (zompantli), que los protegerán de eventuales catástrofes.

Entre las divinidades, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, es el dios al que se vincula con la vegetación, la tierra y el agua; Cihuacóatl, la diosa madre; Tezcatlipoca, el dios patrono de los guerreros y príncipes; Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y Tláloc, el dios de la lluvia.

Es a él a quien representa el fragmento de fresco que aparece arriba. En el calendario azteca, todos los dioses están asociados con un día o un período del año.

Cimientos de una cultura mística

Las piedras de Teotihuacán no dicen nada de sus habitantes. Ninguna representación humana y ningún rastro de escritura. ¿Toltecas, como afirmaron los aztecas? ¿Totonacas?

Las hipótesis se multiplican. Pero se sabe que la ciudad, fundada hacia el siglo IV a. C., con monumentos que, en su mayoría, fueron construidos entre los siglos III y VI de nuestra era, tenía ¡entre 150.000 y 200.000 habitantes!

En cuanto a su nombre, le fue dado tardíamente por los aztecas: Teotihuacán significa “lugar de los dioses”; muchos siglos antes los mayas la habían llamado Puh, “la ciudad de las cañas”.

En Teotihuacán, muy probablemente eran, sobre todo, guerreros, pero también sacrificadores: las excavaciones en la Ciudadela, el centro económico y político de la ciudad, mostraron que la guerra y el sacrificio eran los pilares del poder, y se exhumaron, en las inmediaciones del templo de Quetzalcóatl, 126 esqueletos de hombres jóvenes asesinados, acompañados de ofrendas de carácter guerrero.

Además, numerosos frescos muestran sacrificios humanos, corazones goteando sangre, cuchillos… Pero también eran comerciantes, y eso creó, sin duda, la prosperidad de la ciudad, que tenía el monopolio del comercio de la obsidiana y negociaba algodón, cerámicas, recursos venidos de la costa.

Quetzalcóatl, la serpiente emplumada

Representado en su templo de Teotihuacán, es una de las principales divinidades aztecas. Creador vinculado con el agua y la vegetación, protector de los sacerdotes y artesanos, habría dado a los hombres el calendario.

Cuando Cortés desembarcó en México, en 1519, los indígenas lo tomaron por una reencarnación del dios…

En el solsticio de verano

Una inmensa multitud viene a pie a la Pirámide del Sol, para asistir a las fiestas y espectáculos de danzas tradicionales. ¿Manifestación folclórica para los turistas o recuperación de auténticas ceremonias religiosas ancestrales? Las dos cosas a la vez, para poblaciones que reivindican cada vez más su identidad precolombina. El nombre de Teotihuacán se traduce a veces como “el lugar del mayor sacrificio”, y la dimensión espiritual de la ciudad es innegable.

Las ruinas en primer plano son las de la Ciudadela

Conjunto de quince pequeñas pirámides cercadas. Algunos arqueólogos suponen que este sitio militar era también la residencia del jefe de la ciudad. Ahí se edificó el templo de Quetzalcóatl.

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Brenda Castillo

Hispanista. Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, y especializada en temas de lingüística y docencia desde hace 7 años. Colaboradora de publicaciones para Guía de Preparatorias, Guía Universitaria y Guía de Posgrados.

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