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¿Cuáles son los dulces típicos mexicanos más populares y de dónde son originarios?

Las Fiestas Patrias en México son una explosión de verde, blanco y rojo que va mucho más allá de la decoración. Es una temporada donde los sabores auténticos toman el centro del escenario, y entre los antojos salados, los dulces típicos mexicanos emergen como auténticos símbolos de identidad. Estos manjares son fragmentos de historia comestible; algunos tienen raíces en rituales prehispánicos y otros nacieron en los misteriosos hornos de los conventos novohispanos. Cada mordisco es un viaje en el tiempo. ¿Listo para conocer las historias secretas detrás de los dulces tradicionales mexicanos que alegran cualquier celebración?

Una dulce revolución: breve historia de la repostería mexicana

La gastronomía mexicana es un mestizaje delicioso, y sus postres típicos no son la excepción. Tras la Conquista, ingredientes europeos como el azúcar, la leche y el trigo se fusionaron con productos locales como el cacao, el amaranto y la miel de maguey.

Fueron las monjas en sus conventos las grandes alquimistas de esta cultura dulcera, creando la mayoría de estas recetas conventuales que hoy consideramos antojos mexicanos indispensables. Su ingenio dio forma a un patrimonio que se conserva en mercados y ferias, salvaguardando técnicas y sabores de fiestas patrias que son pura nostalgia.

Dulces típicos mexicanos que todo el mundo debería conocer (con todo y sus chismes históricos)

Alegrías de amaranto

  • Este es quizás el dulce tradicional más antiguo de la lista. Su origen es prehispánico y se elaboraba para las ofrendas a los dioses usando miel de maguey. Tras la colonia, se adaptó usando piloncillo. Hoy, se hace con semillas de amaranto tostado y es un ejemplo perfecto de cómo un dulce con piloncillo sobrevivió para convertirse en un símbolo de la herencia indígena. Santiago Tulyehualco es su capital actual.

Jamoncillos

  • Puro producto del ingenio novohispano. Este dulce típico mexicano nació en los conventos al mezclar la leche de vaca traída de Europa con la caña de azúcar. Su nombre viene de su forma original: piezas planas y circulares que se asemejaban a una rebanada de jamón. Elaborado con leche, azúcar, vainilla y nuez, su textura suave y su sabor a nuez lo hacen irresistible.

Cocadas

  • El coco llegó a las costas mexicanas desde Filipinas a bordo del Galeón de Manila y encontró su hogar en la repostería mexicana. Estas golosinas, hechas de coco rayado y almíbar (de azúcar, piloncillo o leche), son un ejemplo perfecto de cómo la gastronomía mexicana adopta ingredientes foráneos y los hace suyos. Popularizadas en conventos, hoy las hay de todos los colores y sabores.

Borrachitos

  • ¡El nombre lo dice todo y es literal! Originarios de Puebla, estos cuadraditos de fécula de maíz deben su nombre e carácter al licor que los impregna, como rompope, tequila o coñac, que les da su sabor suave y característico. Un dulce artesanal que demuestra la creatividad y el humor de la confitería mexicana.

Cochinitos (o Marranitos)

  • Este pan dulce con forma de cerdo es más que un simple postre. Su origen se remonta a la Huasteca, en Tamaulipas, y desciende del “chichimbré”, una adaptación local del gingerbread inglés. Elaborado con piloncillo y especias, su forma simboliza abundancia y es un clásico de la panadería mexicana que encuentras en cualquier mercado.

Muéganos

  • Originarios de Puebla, los muéganos son pequeños trozos de masa de trigo fritos y unidos con miel de piloncillo para formar una barra compacta y deliciosamente crujiente. Su nombre alude a lo “pegajoso” del dulce y, por extensión, a la unión familiar. Son un ícono de la repostería popular mexicana que surgió como una ingeniosa adaptación de golosinas europeas.

Pepitorias

  • Este dulce de feria y mercado tiene un origen curiosamente religioso. Nació a partir de las hostias consagradas, que la cultura popular adaptó creando obleas de harina teñidas de colores. Estas se unen con miel espesa de piloncillo y se decoran con pepitas de calabaza tostadas, representando el mestizaje entre el trigo europeo y los ingredientes mesoamericanos.

Tarugos

  • Originarios de la región centro-occidente (Jalisco, Michoacán), los tarugos son la prueba de que los sabores ácidos y picantes también tienen lugar en el mundo dulce. Hechos con tamarindo natural mezclado con azúcar, sal y chile en polvo, se forman en tiras o bolitas compactas. Su nombre coloquial alude a su forma tosca y rústica, perfecta para una golosina artesanal.

Fruta cristalizada

  • Esta delicia artesanal es el resultado de la fusión de técnicas europeas de conservación con la vasta variedad de frutas locales. Trozos de higo, naranja, biznaga o camote se cocen lentamente en un almíbar espeso hasta quedar impregnados de azúcar, adquiriendo una textura firme y un brillo característico. Típica de estados como Puebla, Morelos y Tlaxcala, es un postre típico que también decora otros panes y postres.

Palanquetas

  • Populares en Puebla y Oaxaca, las palanquetas son la versión mexicana de una barra crujiente. Elaboradas con cacahuate, almendra o ajonjolí, unidos con miel o piloncillo, son un dulce tradicional que encuentra sus raíces en la época colonial. Su nombre proviene de su forma plana y rectangular, fácil de cortar y compartir, ideal para una celebración.

Camotes dulces

  • Originario del sur de México, especialmente de Puebla y Oaxaca, este dulce típico surgió en la época colonial como una adaptación de ingredientes locales a la repostería conventual. El tubérculo se coce y se endulza con azúcar o piloncillo, aromatizado con canela o vainilla. El resultado es un postre de sabor profundo y textura única que se presenta en piezas o rectángulos.

Ate

  • Este dulce de origen virreinal es un viaje de ida y vuelta. Deriva del ate de membrillo español (de herencia árabe), pero en México se adaptó con frutas locales como la guayaba, el mango o el tejocote.

    En regiones como Michoacán y Jalisco se perfeccionó su cocción en cazos de cobre, logrando su textura firme y brillante característica. Tradicionalmente se acompaña con queso fresco, creando un equilibrio perfecto entre lo dulce y lo salado.
Brenda Castillo

Hispanista. Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, y especializada en temas de lingüística y docencia desde hace 7 años. Colaboradora de publicaciones para Guía de Preparatorias, Guía Universitaria y Guía de Posgrados.

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