Hablamos constantemente de las red flags en otras personas: el ex que manipulaba, el amigo tóxico, el jefe controlador. Pero rara vez volteamos a ver nuestras red flags propias, esos patrones de comportamiento que dañan nuestras relaciones, autoestima y bienestar. ¿Te disculpas por todo aunque no sea tu culpa? ¿Evitas conflictos a costa de tu tranquilidad? Si no ponemos atención, estas actitudes se normalizan y nos convierten en nuestro peor enemigo.
Este no es un ejercicio de culpa, sino de autoconocimiento. Identificar estas señales es el primer paso para cambiar lo que no nos sirve. Aquí, desglosamos las red flags propias más comunes y cómo trabajarlas.
Pedir perdón cuando es necesario es un acto de madurez, pero hacerlo por existir es un problema. Si asumes la culpa de situaciones ajenas (“perdón por molestarte”, “disculpa si te enfadaste”), estás invalidando tus propias necesidades. Este hábito refleja baja autoestima y miedo al rechazo.
Solución: Pregúntate: “¿Realmente hice algo malo?”. Si la respuesta es no, reemplaza las disculpas automáticas por afirmaciones claras (“Entiendo tu punto, pero yo no tuve control sobre eso”).
La necesidad de control surge del miedo al caos, pero es agotador (para ti y los demás). Si te frustras cuando las cosas no salen como planeaste o exiges que otros actúen como tú esperas, estás cayendo en una red flag propia clásica.
Solución: Practica la flexibilidad. Repite: “No todo depende de mí”. Delega, confía y acepta que lo inesperado también enseña.
¿Cambias tu opinión para evitar conflictos? ¿Dices “sí” cuando quieres decir “no”? Complacer a todos es imposible, y ese esfuerzo excesivo por agradar te desgasta.
Solución: Prioriza tu bienestar. Un “no” oportuno es más respetuoso que un “sí” resentido.
Los límites son sanos, pero si te sientes culpable al establecerlos, estás permitiendo que otros invadan tu espacio emocional.
Solución: Empieza con frases como “Voy a pensarlo” para ganar tiempo. Poco a poco, dirás “no” con naturalidad.
Si evitas preguntar por temor a parecer “ignorante” o “molesto”, estás sacrificando tu aprendizaje y autonomía.
Solución: Recuerda: preguntar es un derecho. Nadie nace sabiéndolo todo.
Si alguien está de mal humor, ¿automáticamente piensas “¿qué hice mal?”? Personalizar el estado emocional de los demás es una red flag propia que genera ansiedad.
Solución: Distingue entre “sus emociones” y “mis acciones”. No eres responsable de lo que no provocaste.
Autodesprecio, exagerar dramas o minimizar logros para obtener validación son señales de que tu autoestima necesita trabajo.
Solución: Reconoce tu valía sin depender de la reacción ajena. Celebra tus éxitos, aunque sean pequeños.
Mantener relaciones por obligación (familiares, amistades) solo por miedo al qué dirán te aleja de tu paz interior.
Solución: La distancia emocional no es egoísmo, es supervivencia.
Las red flags propias no son defectos irreparables, sino oportunidades para crecer. Revisarlas con honestidad te liberará de patrones que ya no te sirven. ¿Cuántas de estas actitudes reconoces en ti?
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