Tender a trasnochar o a despertar justo al alba depende en buena medida de la configuración genética de nuestro ritmo circadiano; es decir, el mecanismo interno que regula los ciclos de sueño y vigilia, afectando nuestro llamado “reloj biológico”.
Así lo corroboraron científicos de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, que a principios de 2015 identificaron hasta ochenta genes diferentes que determinan si tenemos un cronotipo de trasnochadores o madrugadores.
En principio, esta diferencia no debería suponer ningún problema. Las dificultades aparecen porque “el ritmo de vida nos viene marcado desde fuera, y para muchas personas la llamada para empezar la jornada se produce varias horas antes de que su reloj interno anuncie que ha llegado el momento de despertarse”, explica en Frontiers in Neurology Eran Tauber, coautor de la investigación. Y eso hace que las personas que están a tope entrada la madrugada pasen gran parte de sus mañanas sumidos en el letargo.
Pero además de la genética y los horarios laborales, ese ciclo personal es muy sensible a tres factores.
Y eso implica que el desajuste se acentúa drásticamente, con las consecuencias que acarrea para la salud.
Esta adicción hace que se pierda el ciclo de la citocromo c oxidasa, enzima clave de la mitocondria que permite al hígado adaptarse a las demandas metabólicas. Sin ella, esta glándula enferma.
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